Querida dentista temida,
me haces transpirar alerta
me dejas con la boca abierta
y con la mejilla dormida.
Te acercas, y yo en tensión,
con el torno en la mano,
la caries de aspecto insano
machacas con precisión.
Tu cara junto a la mía
me hace perder el juicio,
esa muela que en perjuicio
emergió díscola en mi encía.
Deseos de citas futuras
permanecen variables
hasta que con sonrisa amable
me extiendes las facturas.
Volveremos tu y yo a vernos,
mal que me pese a mí
pues no es cuestión baladí
a la fuerza conocernos.
Juan Zamora